martes, 18 de diciembre de 2018

Prohibido morir en Arcos de la Frontera

Basílica de Santa María
José María Pérez Gómez

   Las campanas de Santa María y san Pedro ya no tocan a muerto, el cura se peleó con los campaneros y los echó como a perros...

   Ni un Réquiem por estas legendarias campanas sonará, ni una sola lágrima se derramará. Las campanas de Santa María y San Pedro mueren en silencio.

   Doce campanas de bronce, doce apóstoles con alma, doce voces ya violadas, se retuercen secuestradas al ritmo de una máquina. ¿ Acaso hay por medio treinta monedas de plata? Un artilugio sin alma sustituye a los campaneros, somo si un ordenador pudiese sustituir una oración dirigida a Dios... como si Dios pudiese ser cambiado por cualquier tiesto.

   Satanás anda suelto y sin fronteras, mientras el pueblo adormece.

   Los templos los hicieron los nobles con los impuestos que le sacaban al pueblo, con mano de obra de aquí, que la mayor de las veces no cobraban, pues hablar con Dios se consideraba una necesidad primordial y servicio público, por eso los templos en una época en que el Estado se declaraba abiertamente confesional, no están declarados, porque son nuestros, por encima del credo, los hemos pagado con nuestro sudor y lágrimas.

   Veinticuatro campaneros, todos voluntarios fueron desalojados. Hijos, nietos y bisnietos de los que gracias a sus aportaciones se construyeron estos templos.

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