Pedro Sevilla nos presenta su último libro
" - Para que un hombre, un ser humano se realice completamente, no basta con amar, no basta con querer..., sino que tiene que sentirse querido también.
Digo esto porque realmente yo, si es por vuestro cariño, por vuestro afecto y por vuestra amistad, que lo es..., me siento plenamente realizado como ser humano.
Serán Ceniza no es un libro catastrofista, ni es un libro pesimista, es un libro de amor, a pesar de su título es un canto a la vida.
Su título lo he sacado de unos versos de Quevedo y no es más que una obviedad: Serán Ceniza, seremos ceniza todos, pero los seres humanos contamos con un sentimiento que si no vence a la muerte, al menos logramos neutralizarla y llenarla de sentido con el amor.
El amor es poner nuestro corazón en el pecho del otro y darle sentido y autenticidad a todo lo que hacemos, a esa transcendencia que yo entiendo seguro que tiene todo acto humano.
Decía José Antonio Benítez en la presentación que yo antes pensaba que se podía cambiar el mundo con la poesía, hoy sigo pensando lo mismo, lo que pasa es que no es en el aspecto en que yo lo creía antes. Fui un adolescente que me imaginaba recitando poemas ante grandes multitudes, arengando a los sentimientos más apasionados de la gente. Pero te das cuenta con el tiempo de que mientras más se grita menos razón se tiene y las palabras se prostituyen."
MEDITACIONES DEL CONDE DRÁCULA
De pequeño asustaba,
pero ahora que eres de su edad más o menos,
te parece atractivo el conde Drácula,
tan desvalido siempre buscando en las mujeres,
en sus cuellos calientes,
remedios contra el tiempo.
El miedo ha dado paso al erotismo,
la repulsión a un raro hermanamiento,
y esta noche en la fiesta que ha seguido a una boda
te has propuesto emularle,
sentado en la penumbra de la sala,
elegante en tu terno azul oscuro
y en las manos un brandy envejecido
de madera y de años.
(Por cierto, qué brillantes los gemelos
que tiritan azules en el puño de tu blanca camisa
cuando alzas la copa
para beber tan deliciosa sangre).
Despojadas de chales las muchachas,
rojas de dicha, bailan con los hombros desnudos,
obsequiadas con joyas que en su carne es metáfora
de eternidad, de sexo, de horror, de claridades.
Cada una en su isla de perfume,
bailan, y tú persigues con los ojos
sus cuellos, sus cinturas,
sus culos y sus pechos agitados
al ritmo insinuante de la música.
En cada una de ellas hay una eternidad posible,
una gruta que huele a mar y selva oscura
donde nunca se muere,
y en cada una de ellas quisieras arraigar,
encadenar tus ansias de infinito.
Pero la noche acaba, señor conde,
ardiendo en el deseo las muchachas se alejan
asidas a otros cuerpos, camino de otras camas,
y alguien apaga músicas y luces
y barre las colillas y las flores marchitas.
En la alta madrugada, cuando llegue el insomnio,
aún te arderá en el pecho la música lejana,
y seguirás soñando, aunque quizás con menos vehemencia,
en ir de isla en isla, de cuerpo de mujer en cuerpo de mujer,
sorteando la muerte,
sorbiendo el palpitante surtidor de sus cuellos
y aspirando el aroma de la inmortalidad en cada una.
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