Cuentos del alma
por José María Pérez Gómez
Me he quedado dormido y mientras soñaba sentí el peso de mi cuerpo, el espíritu se elevó viendo cosas que aunque parecen imaginarias, son muy reales…
Y en este mundo, más tangible de lo que parece, mis intereses no coinciden con los de otros seres… sintiendo que la electricidad que me rodea atrae a entes de toda condición, por lo que espíritus externos tratan de aconsejarme cosas como, con quien debo ir y con quién no:
“- Cuando vuelvas a tu cuerpo no te acerques a esa desquiciada y mucho menos a su entorno, que están mucho peor, porque todas son brujas dislocadas que no encuentran ni saben lo que es el amor… y se reúnen a tomar copas, conspirando contra ti, no creas que no te lo advertí.”
Era como la voz de mi conciencia, pero sonaba desde un ente distinto. Cuando me di cuenta, aquella desquiciada se había materializado y estaba siempre cerca de mí, no me importaba que estuviera desquiciada, ni siquiera me lo parecía, en principio y hasta creo que disfruté de su compañía, por lo que el espíritu aquel volvió para “salvarme” y se cambió por mí, seduciendo a aquel trozo de carne bautizada para dejarse llevar por sentimientos impuros. Gracias a él me he librado de caer en desgracia…
Pero claro, uno se da cuenta que no todo es lo que parece, pues el consejero en realidad es un ente tóxico que embarulla la realidad para que parezca otra cosa, se mueve muy bien en la oscuridad y solo le importan sus objetivos, está obsesionado con su aspecto y que los demás creamos sus embustes. Ahora que sabe que no le creo y que también conozco algo de su pasado, procura no hablarme, me esquiva y hasta se atreve a hablar mal de mí.
Él que nunca fue un espíritu fiel, está pagando ahora su karma, sus actos le persiguen. Dicen las malas lenguas que mendiga amor por aquí y allá (para buscar lo que él llama felicidad), donde nunca lo encontrará, se ha vuelto desquiciado, como aquella infeliz y visita antros de baja reputación… Un día, no hace mucho, me lo crucé, sí, era yo aquel que iba detrás de aquel camión, conduciendo el coche de mí padre, no era ni de noche, le hice ráfagas para saludarle, pero no me vio… o se hizo el tonto, pues él iba con unos seres muy raros y su intermitente derecho no dejaba señal a dudas: iba a entrar en aquel templo prohibido… y en el mismo mes le vi otra vez, en el mismo sitio y esta vez sé que me vio porque le di una pitada.
Ahora habla mal de mí y de mis éxitos, pero no me importa porque esto sólo hace lo contrario y quien desea el mal a otro ser, lo que consigue atraer es el mal para sí mismo, como la electricidad que nos conecta al mundo de los vivos, dando calambrazos por doquier aquí y allá, sin saber por qué.
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