sábado, 11 de agosto de 2012

EL INFIERNO EN EL PARAISO

P. José Luis Calvo Vicente   
Lima (Perú)


            Hace unos días, cuando visitaba a una familia compuesta por una madre y siete hijos, en el cerro más alto de  los nuevos asentamientos del Paraiso (donde sigue llegando gente), me encuentro con tres personas, dos chicas de unos veintitantos años y una mujer de unos 50 subiendo a los cerros con ropa y calzado propia para el centro de Lima pero no para estos cerros y menos en pleno invierno. Estaban buscando a una sobrina y prima que le habían dicho que vivía por allá en los cerros y que estaba enferma. Los zapatos de tacón se le hundían en el barro y se habían caído alguna vez por lo resbaladizo del suelo en la ladera del cerro. “Esto no tiene nada de Paraiso, más bien de infierno”, iban diciendo,  y prometiendo no volver nunca más allí. Les dije que ojala la gente que viven allá pudiera decir eso pero por desgracia no tienen otro sitio donde ir. Para mi estos cerros tienen mucha vida, fuerza y esperanza y por tanto el nombre del Paraiso está más que justificado pero comprendo que, para la gente “pituca” (asi se llama a los “blancos” que viven en el centro de  Lima, la clase medio-alta Limeña) esto sea un infierno.

            En el hemisferio sur,  donde está situado Perú, estamos en pleno invierno y  en la costa es la época de lluvias. En el centro de Lima no llueve apena y a 30 km al Norte y al Este puede hacer sol mientras que aquí,  en la medida en que se va subiendo a los cerros más elevados y distantes del centro, la lluvia es constante durante todo el día y la noche. Es verdad que no llueve mucho, lo que en España se denominaría como una llovizna “calabobos” pero, como las calles no están preparadas para el agua, no hay alcantarillado ni asfaltado, y en los cerros más altos ni siquiera  hay  calles, solo escaleras que se han hecho los mismos vecinos y que no llegan todavía a lo más alto del cerro, eso implica que en las calles (donde las hay) con cuatro gotas  ya se hacen intransitables. Además las viviendas sobre todo en lo más alto de los cerros, están en muy malas condiciones de habitabilidad (muy pequeñas, sin ventanas, en muchos casos con plásticos de tal manera que cuando llueve un poco fuerte entra enseguida el agua a las casas) eso hace que mucha gente y sobre todo los niños, tengan todo tipo enfermedades sobre todo de bronquios. Como la gran mayoría de las casas de los cerros son de tierra se forma un barrizal en el que se revuelcan los niños día y noche.

            Hoy hemos subido a los cerros con un dos persona de la ONG “Pan soy”  que nos apoyan en el proyecto de elaboración de leche de soya y sus derivados. Como los niños no habían venido al apoyo escolar por el mal tiempo y ellos querían hacerle fotos recibiendo la ración gratuita de soya que les entregamos, nos pidieron que fuéramos a donde viven los niños y les lleváramos la ración para hacerle las fotos mientras comían. Confieso que aquí fui un poco malo y no elegí las casas de las familias más fáciles de llegar sino las que están en lo más alto del cerro más elevado. Cuando le dije a los voluntarios de cáritas cuáles eran las familias que íbamos a visitar y ver la cara que pusieron les dije que si no querían subir que yo subía solo con ellos. Por supuesto que no dudaron en venir porque han subido muchas veces a los cerros en peores condiciones que ese día pero me dicen que va a ser muy duro para los de “`pan soy” que hay que advertirlos. Asi lo hago sin ocultar nada de lo que vamos a encontrarnos y ellos insisten que para eso han venido, que están dispuestos a lo que sea. A mitad de camino me di cuenta enseguida de que el terreno estaba mucho peor de lo que pensaba y que iba a ser duro llegar arriba pero para mi sorpresa aguantaron, no se echaron atrás y, con alguna caída, llegamos al asentamiento humano Virgen de las Nieves, el último asentamiento donde recién han situado sus viviendas (si se puede llamar asi) unas 50 familias. Primero visitamos la casa de la señora Juana, madre de siete hijos, la mayor de 16 y el menor de 4 años que ha venido huyendo de los maltratos de su marido de la sierra. La casa es un palacio ahora comparada con lo que era hace dos meses cuando la descubrimos en lo alto del cerro donde no cabía más que un camarote con dos camas donde dormían todos y la ropa amontonada en el suelo. Con 6 calaminas occho triples y unos palos duplicamos la extensión de la casa y ya tenían espacio para otro camarote que les entregamos con sus colchones y frazadas (mantas en España). Los 4 niños pequeños que en aquel momento estaban en casa dieron buena cuenta del pudin de soya que les llevamos. A continuación llegamos a casa de Sonia, 22 años, 3 niños de 7, 4 y 2 años y embarazada. Los niños no habían comido nada ese día pues el padre  llevaba dos días sin aparecer por casa. Seguramente estaría por cualquier lugar durmiendo la borrachera que se pillaría el sábado y el domingo gastando todo lo que había cobrado de unos cuantos días de trabajo. Ni     que decir que Jimena, Sara y Michel dieron buena cuenta del pudin de soya. La siguiente familia en visitar fue la de Esteban y Karina y sus cuatro niños. Nos encontramos con ellos en la escalera. Todos los miembros de la familia, hasta el pequeño Cristian de 3 años, llevaban su balde o su garrafa de agua recogida de una familia de abajo del Paraiso ya que el camión cisterna lleva más de una semana sin pasar por la pista de tierra que hay a 50 metros de su casa y donde tienen sus bidones de agua que la comprar a precio de oro. Su pequeña casa estaba llena de ropa colgada por todos los lados, húmeda desde hacía varios días y los que le quedaran hasta que se seque. Por último visitamos la casa de la señora Nelly y sus tres niños. Todos incluida la madre estaban metidos en la cama con resfriado. Carmen, la enfermera de cáritas les tomo la temperatura y tenían fiebre. Como siempre va prevenida con algunas medicinas les entrego lo que tenía y les prometió visitarlo mañana a primera hora para llevarles más medicinas.

            Cuando salimos de casa de Nelly eran las seis de la tarde y estaba empezando a oscurecer. Les dije que nos fuéramos deprisa sin perder un minuto pues en cosa de quince minutos se iba a poner totalmente oscuro y allí no había luz de ningún tipo. Pero por el camino nos acordamos de María (19 años y tres niños de dos años, un año y otro que acababa de nacer hace un mes) que vivía por allí y nos acercamos a verla. Allí estaba María dando el pecho a su pequeño y con los otros dos niños todo sentados en la cama, el único mueble de su casa. Nos cuenta como gracias a la comida que le habíamos dado en cáritas había  había comido los últimos días porque ni el padre de su primer hijo, ni el de los otros dos le ayudaban. Le dijimos que fuera el Viernes a ver al abogado que nos echa una mano para estos casos y reclamar que le pasen los alimentos para los niños.  Cuando llegamos a las 7 a la plaza del Paraiso nuestros “invitados de Pan Soy” respiraron hondo porque no se creían que estuvieran sanos y salvos de vuelta a la civilización (es un decir pues la avenida del Paraiso no está asfaltada y como está en cuesta cuando llueve parece un rio).

            ¿Paraiso o infierno? Todo depende del color del cristal con el que se mire. Si  miramos las viviendas infrahumanas, las enfermedades, la carencia de servicios básicos para vivir (agua, luz etc.) desde luego que es un infierno. Pero si miramos la cara de estos niños radiantes de felicidad en medio de la miseria, la fuerza de estas “madres coraje” para sacar a sus hijos adelante sin el apoyo de su marido (porque las ha abandonado o porque lo único que sabe hacer es hijos, beber y  pegarles) creo que el Paraiso es un lugar de esperanza. No recuerdo de quien fue la frase: “si sacas a un hombre de la pobreza no hay garantías de que saques a una familia, pero si sacas a una mujer hay muchas posibilidades de que una familia salga de la pobreza”, quien fuera dijo una gran verdad. Con un poco de ayuda en casos de extrema necesidad y con promoción y capacitación, estoy seguro que podemos sacar a muchas de estas mujeres de la pobreza y ofrecer a todos estos niños del Paraiso, la esperanza de un futuro mejor. Los niños y las mujeres del Paraiso son la garantía de que del infierno puede brotar la esperanza, la vida, el cielo en esto cerros llenos de tierra y piedras en el cono sur de la gran Lima. Juan Pablo II en su visita a Peru el  5 de Febrero de 1985 en Villa el Salvador a unos 5 km en línea recta de estos cerros del Paraiso pronuncio aquella frase histórica: “ Hambre de Dios si, hambre de pan, no”. En eso andamos en quitar el hambre de pan y suscitar  hambre de Dios, dos cosas que son inseparables en la vida y el compromiso del cristiano.

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