Lima (Perú)
Hace
unos días, cuando visitaba a una familia compuesta por una madre y siete hijos,
en el cerro más alto de los nuevos
asentamientos del Paraiso (donde sigue llegando gente), me encuentro con tres
personas, dos chicas de unos veintitantos años y una mujer de unos 50 subiendo
a los cerros con ropa y calzado propia para el centro de Lima pero no para
estos cerros y menos en pleno invierno. Estaban buscando a una sobrina y prima
que le habían dicho que vivía por allá en los cerros y que estaba enferma. Los
zapatos de tacón se le hundían en el barro y se habían caído alguna vez por lo
resbaladizo del suelo en la ladera del cerro. “Esto no tiene nada de Paraiso,
más bien de infierno”, iban diciendo, y
prometiendo no volver nunca más allí. Les dije que ojala la gente que viven
allá pudiera decir eso pero por desgracia no tienen otro sitio donde ir. Para
mi estos cerros tienen mucha vida, fuerza y esperanza y por tanto el nombre del
Paraiso está más que justificado pero comprendo que, para la gente “pituca” (asi
se llama a los “blancos” que viven en el centro de Lima, la clase medio-alta Limeña) esto sea un
infierno.
En el hemisferio sur, donde está situado Perú, estamos en pleno
invierno y en la costa es la época de
lluvias. En el centro de Lima no llueve apena y a 30 km al Norte y al Este puede
hacer sol mientras que aquí, en la
medida en que se va subiendo a los cerros más elevados y distantes del centro,
la lluvia es constante durante todo el día y la noche. Es verdad que no llueve
mucho, lo que en España se denominaría como una llovizna “calabobos” pero, como
las calles no están preparadas para el agua, no hay alcantarillado ni
asfaltado, y en los cerros más altos ni siquiera hay
calles, solo escaleras que se han hecho los mismos vecinos y que no
llegan todavía a lo más alto del cerro, eso implica que en las calles (donde
las hay) con cuatro gotas ya se hacen
intransitables. Además las viviendas sobre todo en lo más alto de los cerros,
están en muy malas condiciones de habitabilidad (muy pequeñas, sin ventanas, en
muchos casos con plásticos de tal manera que cuando llueve un poco fuerte entra
enseguida el agua a las casas) eso hace que mucha gente y sobre todo los niños,
tengan todo tipo enfermedades sobre todo de bronquios. Como la gran mayoría de
las casas de los cerros son de tierra se forma un barrizal en el que se
revuelcan los niños día y noche.
Hoy hemos subido a los cerros con un
dos persona de la ONG “Pan soy” que nos
apoyan en el proyecto de elaboración de leche de soya y sus derivados. Como los
niños no habían venido al apoyo escolar por el mal tiempo y ellos querían
hacerle fotos recibiendo la ración gratuita de soya que les entregamos, nos
pidieron que fuéramos a donde viven los niños y les lleváramos la ración para
hacerle las fotos mientras comían. Confieso que aquí fui un poco malo y no elegí
las casas de las familias más fáciles de llegar sino las que están en lo más
alto del cerro más elevado. Cuando le dije a los voluntarios de cáritas cuáles
eran las familias que íbamos a visitar y ver la cara que pusieron les dije que
si no querían subir que yo subía solo con ellos. Por supuesto que no dudaron en
venir porque han subido muchas veces a los cerros en peores condiciones que ese
día pero me dicen que va a ser muy duro para los de “`pan soy” que hay que
advertirlos. Asi lo hago sin ocultar nada de lo que vamos a encontrarnos y
ellos insisten que para eso han venido, que están dispuestos a lo que sea. A
mitad de camino me di cuenta enseguida de que el terreno estaba mucho peor de
lo que pensaba y que iba a ser duro llegar arriba pero para mi sorpresa
aguantaron, no se echaron atrás y, con alguna caída, llegamos al asentamiento
humano Virgen de las Nieves, el último asentamiento donde recién han situado
sus viviendas (si se puede llamar asi) unas 50 familias. Primero visitamos la
casa de la señora Juana, madre de siete hijos, la mayor de 16 y el menor de 4
años que ha venido huyendo de los maltratos de su marido de la sierra. La casa
es un palacio ahora comparada con lo que era hace dos meses cuando la
descubrimos en lo alto del cerro donde no cabía más que un camarote con dos
camas donde dormían todos y la ropa amontonada en el suelo. Con 6 calaminas occho
triples y unos palos duplicamos la extensión de la casa y ya tenían espacio
para otro camarote que les entregamos con sus colchones y frazadas (mantas en
España). Los 4 niños pequeños que en aquel momento estaban en casa dieron buena
cuenta del pudin de soya que les llevamos. A continuación llegamos a casa de
Sonia, 22 años, 3 niños de 7, 4 y 2 años y embarazada. Los niños no habían
comido nada ese día pues el padre llevaba dos días sin aparecer por casa.
Seguramente estaría por cualquier lugar durmiendo la borrachera que se pillaría
el sábado y el domingo gastando todo lo que había cobrado de unos cuantos días
de trabajo. Ni que decir que Jimena,
Sara y Michel dieron buena cuenta del pudin de soya. La siguiente familia en
visitar fue la de Esteban y Karina y sus cuatro niños. Nos encontramos con
ellos en la escalera. Todos los miembros de la familia, hasta el pequeño Cristian
de 3 años, llevaban su balde o su garrafa de agua recogida de una familia de
abajo del Paraiso ya que el camión cisterna lleva más de una semana sin pasar
por la pista de tierra que hay a 50 metros de su casa y donde tienen sus
bidones de agua que la comprar a precio de oro. Su pequeña casa estaba llena de
ropa colgada por todos los lados, húmeda desde hacía varios días y los que le
quedaran hasta que se seque. Por último visitamos la casa de la señora Nelly y
sus tres niños. Todos incluida la madre estaban metidos en la cama con
resfriado. Carmen, la enfermera de cáritas les tomo la temperatura y tenían
fiebre. Como siempre va prevenida con algunas medicinas les entrego lo que
tenía y les prometió visitarlo mañana a primera hora para llevarles más
medicinas.
Cuando salimos de casa de Nelly eran
las seis de la tarde y estaba empezando a oscurecer. Les dije que nos fuéramos
deprisa sin perder un minuto pues en cosa de quince minutos se iba a poner
totalmente oscuro y allí no había luz de ningún tipo. Pero por el camino nos
acordamos de María (19 años y tres niños de dos años, un año y otro que acababa
de nacer hace un mes) que vivía por allí y nos acercamos a verla. Allí estaba María
dando el pecho a su pequeño y con los otros dos niños todo sentados en la cama,
el único mueble de su casa. Nos cuenta como gracias a la comida que le habíamos
dado en cáritas había había comido los
últimos días porque ni el padre de su primer hijo, ni el de los otros dos le
ayudaban. Le dijimos que fuera el Viernes a ver al abogado que nos echa una
mano para estos casos y reclamar que le pasen los alimentos para los niños. Cuando llegamos a las 7 a la plaza del Paraiso
nuestros “invitados de Pan Soy” respiraron hondo porque no se creían que
estuvieran sanos y salvos de vuelta a la civilización (es un decir pues la
avenida del Paraiso no está asfaltada y como está en cuesta cuando llueve
parece un rio).
¿Paraiso o infierno? Todo depende
del color del cristal con el que se mire. Si miramos las viviendas infrahumanas, las
enfermedades, la carencia de servicios básicos para vivir (agua, luz etc.)
desde luego que es un infierno. Pero si miramos la cara de estos niños
radiantes de felicidad en medio de la miseria, la fuerza de estas “madres
coraje” para sacar a sus hijos adelante sin el apoyo de su marido (porque las
ha abandonado o porque lo único que sabe hacer es hijos, beber y pegarles) creo que el Paraiso es un lugar de
esperanza. No recuerdo de quien fue la frase: “si sacas a un hombre de la
pobreza no hay garantías de que saques a una familia, pero si sacas a una mujer
hay muchas posibilidades de que una familia salga de la pobreza”, quien fuera
dijo una gran verdad. Con un poco de ayuda en casos de extrema necesidad y con
promoción y capacitación, estoy seguro que podemos sacar a muchas de estas
mujeres de la pobreza y ofrecer a todos estos niños del Paraiso, la esperanza de
un futuro mejor. Los niños y las mujeres del Paraiso son la garantía de que del
infierno puede brotar la esperanza, la vida, el cielo en esto cerros llenos de
tierra y piedras en el cono sur de la gran Lima. Juan Pablo II en su visita a
Peru el 5 de Febrero de 1985 en Villa el
Salvador a unos 5 km en línea recta de estos cerros del Paraiso pronuncio
aquella frase histórica: “ Hambre de Dios si, hambre de pan, no”. En eso
andamos en quitar el hambre de pan y suscitar
hambre de Dios, dos cosas que son inseparables en la vida y el
compromiso del cristiano.
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