domingo, 22 de julio de 2012

CRISIS, RECORTES, IMPUESTOS, POBREZA Y DECRECIMIENTO

Luciano Lozano
Arcos de la Frontera

       Es hora de aprovechar la actual crisis, que no tiene salida a medio y largo plazo, como una oportunidad para crear un contexto económico y ambiental que, alejado de los criterios salvajes y brutales del capitalismo, opte por un modo de desarrollo basado en la justicia social y ambiental. Un modelo que reconozca los límites del planeta para abundar en recetas de verdadera austeridad, que no vaya contra los más desfavorecidos y contra la clase media trabajadora, que no vaya contra los logros conseguidos en servicios sociales, educativos y sanitarios, como hace Rajoy, machacando al personal, sobre todo a los más débiles, porque desde su visión ideológica no tiene soluciones para mejorar -no las hay con este sistema capitalista-, y solo puede recortar o subir impuestos para contentar a los prestamistas a los que no podrán pagar los bancos, por lo que se convertirá en deuda pública.

       Según la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), 1.000 millones de personas sufren hambre en el mundo. El número de personas hambrientas ha alcanzado niveles históricos en la última década. Son 642 millones en Asia y Pacífico, 265 millones en el África subsahariana, 53 millones en Latinoamérica y Caribe, 42 millones en Oriente Próximo y Norte de África, 15 millones en los países desarrollados. Con la crisis económica va a incrementarse, después de una ligera mejoría. Ya hay niños y niñas en España que se van a la cama sin cenar. Con las últimas medidas del gobierno, serán aún más.

       Un horizonte de sostenibilidad ambiental y justicia social requiere acciones, no sólo técnicas, sino fundamentalmente políticas, que suponen cambios radicales. Para comenzar este camino es necesario realizar una revisión de nuestros valores: primar la cooperación ante la competencia, la solidaridad ante el egoísmo; adaptar las estructuras económicas y productivas al cambio de valores; el poder de la democracia sobre el poder económico; evitar la burbuja inmobiliaria; controlar a los defraudadores y a la economía sumergida; compartir el trabajo, ajustar la producción y el consumo esencialmente a escala local; revitalizar los mundos rurales; reducir la movilidad motorizada; redistribuir con criterios ecológicos y de equidad el acceso a recursos naturales y las riquezas; limitar el consumo a las capacidades de la biosfera; basar nuestro consumo energético en energías renovables; tender hacia bienes que duren, que se puedan reutilizar, reparar y conservar; y reciclar en todas nuestras actividades… Esto no puede ocurrir sin un replanteamiento del concepto de trabajo, de manera que sirva realmente para cubrir necesidades y que incluya lo productivo y lo reproductivo, para que, primando siempre aquellas tareas que cuidan la vida, pueda ser repartido por igual entre todos y todas.

       Si la actual crisis ha sido causada por humanos avariciosos, corresponde a la humanidad ser artífice de las soluciones. El gran reto del decrecimiento en los países enriquecidos es aprender a producir valor, libertad y felicidad reduciendo significativamente la utilización de materia y energía. Se trata de aprender a vivir mejor con menos para pasar a una cultura de paz que permita construir otra forma de estar en el mundo. Es nuestra única salida. Será la ciudadanía y los políticos valientes, que son muy pocos, los que tengan la batuta.

       Si no somos solidarios, justos y luchadores, caeremos en el abismo. Ante tanto egoísmo, es una meta utópica a la que hay que aspirar. Un sistema que no prevé un futuro digno, que elimina más recursos de los que genera, que mata, que permite el hambre, que va contra las personas desempleadas y dependientes, privilegiando a los ricos defraudadores, es un sistema demoníaco, es un sistema temporal e imperfecto, que morirá a corto o largo plazo.

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