Arcos de la Frontera
En el noveno mes del año la vid y el almendro nos muestran su cosecha lista para ser recolectada. Se retoman las actividades escolares y estudiantiles con la consiguiente compra de libros de textos, se dice adiós al verano y se da la bienvenida al un nuevo otoño con temperaturas más suaves.
En Arcos, ciudad eminentemente agrícola, es septiembre el mes proclive para hacer balance, quizás dejado llevar por el estímulo que le confiere el hecho de haberse recogido prácticamente todos los frutos de su feraz campiña y labrantíos serranos minifundista ─con la excepción del algodón─, y el agricultor puede sopesar hacia que lado se inclina el fiel de la balanza colocando en cada uno de los platillos los capítulos de gastos e ingresos. Se reseñan estas peculiaridades como pautas de costumbres heredadas de tiempos remotos, ya que era por Feria de San Miguel cuando los pegujaleros arrendatarios pagaban las tierras y compraban, vendían o trocaban, caballerías, ovinos, bovinos, caprinos y porcinos acorde con el excedente, o necesidad, de cada uno, operaciones que se llevaban a cabo bajo la tenue sombra de un olivo, o la del sombrajo de cañas de un ventorrillo itinerante instalado en el epicentro del recinto del mercado de ganado, mercado de animales que tuvo la feria hasta bien entrada la década de los cincuenta del pasado siglo.
Arcos y septiembre, en estos tiempos, se perfilan con una proyección diferente acorde con los cambios estructurales y nuevas tecnologías, y la Feria del Santo Patrón se ha ido acomodando a las exigencias de cada instante conservando la esencia y atractivo del visitante y de todo arcense que se precie de serlo.
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